El pueblo está como loco,
porque dentro de muy poco
va a venir papá Noel.
¡Los niños sueñan con él!
A Santa, como aguinaldo,
un juego le pide Waldo
para su videoconsola.
¡Eso es lo que más le mola!
Pero allá en su hogar helado
Santa está muy preocupado:
su reno se cayó al barro
y ahora tiene un gran catarro.
Y los demás -¡qué glotones!-
se hartaron de polvorones.
¡Estos renos regordetes
no podrán con los juguetes!
Después de hacer los deberes,
Simona, con sus poderes,
ve a papá Noel tan solo,
tan triste en mitad del Polo…
Se traslada en un instante,
con Waldo de acompañante
y Gustavo con sus guaus,
al iglú de Santa Klaus.
Al verlos en su salón,
Santa salta de emoción
y les dice, cejijunto:
"Voy al grano del asunto".
"Tengo a los seis renos malos.
No podré llevar regalos
el día de Navidad.
¡Menuda contrariedad!"
Piensa, idea y reflexiona
mientras pasea, Simona,
adelante y hacia atrás.
"¡Yo lo arreglo en un pispás!"
Se tira de las orejas,
baja y levanta las cejas,
saca la lengua y después
cuenta en voz alta hasta tres.
Y aparecen, de repente,
los Reyes Magos de Oriente
-Melchor, Gaspar, Baltasar-
desde un lejano lugar.
¡Qué de abrazos! ¡Qué apretones!
¡Cuántos besos y achuchones!
Melchor parece radiante,
Baltasar pierde el turbante…
Y Gaspar le dice a Santa:
"Ayudarte nos encanta.
Nuestros tres camellos, creo,
podrán tirar del trineo".
Y con esta solución,
cumple Santa su misión
y no deja, ¡qué trajín!,
sin regalo un calcetín.
Simona, Waldo y Gustavo,
moviendo feliz el rabo,
vuelven a casa al momento
y aquí se acaba este cuento.
.
( Carmen Gil )
.